Homero Gómez González siempre supo lo que pasaba en México y tal sapiencia le dolía. Le dolía que su voz una y otra vez fuera opacada por el estridente escándalo de la corrupción. Desde muy chico supo que su vida era mantener un contacto vivo y real con la naturaleza. Desde muy joven descubrió que el amor que le tenía a las mariposas iba mucho más allá de la belleza luminosa y purpurina de sus simétricas alas. Era de los que corrían campo traviesa entre el bosque cuando a mediados de noviembre, esa bella mancha multicolor arribaba a su tierra michoacana. Amaba ver llegar a las monarca a su pueblo y sentirse cobijado por su grato abrazo. La armonía que reinaba en su corazón lo convirtió muy pronto en su muy exigente protector.A partir de ahí, fue cuestión de tiempo para que su gusto y su actividad protectora lo convirtiera en un ser admirable para unos y un estorbo para otros.
El lunes 13 de enero, Homero se preparó para su tortura y muerte vistiendo como mejor le gustaba. De entre todas sus guayaberas optó por una blanca con franjas bordadas en negro. La combinó con un pantalón gris y unos zapatos cafés. Era la víspera de ese día en que ya todo estaba escrito. Su plan, previamente diseñado lo llevó a la comunidad de El Soldado. Se volvió invisible por quince días con todo y sus noches. Luego lo encontraron ultimado. Nadie sabe cuáles fueron sus últimos pensamientos en medio de la horrible tortura a la que fue sometido antes de privarlo de la vida. ¿Su familia, sus amigos, el bosque… las mariposas? Han existido muchos hombres o mujeres que han sido guerreros incansables en la defensa del medio ambiente. Desafortunadamente ninguno de ellos ha sido profeta en su tierra. Defender la biósfera en la cual sus bien amadas mariposas llegarían luego de venir huyendo del frio del norte no era nada emocional para quienes por mucho tiempo estuvieron buscando el modo para quitarlo del camino.
La tala de árboles ha convertido a una buena parte de nuestro país en una vergonzosa calvicie que muy pocos queremos ver. Lo cierto es que optamos por vivir en una placentera zona de confort en la que, bajo el estúpido lema de “No me meto en lo que no me importa” dejamos que eso que debe de importarnos, sea mancillado por asesinos ecológicos.
Hablar de guardianes del entorno natural es hablar de ángeles encarnados en seres humanos. Son muy pocos los que dan todo por ampliar un poco más la vida del planeta. Por otro lado son incalculables los seres humanos que han perecido en esta lucha constante por conservar los hábitats.
Hoy Ocampo, en el bellísimo estado de Michoacán, llora la muerte de un gran ser humano, de un líder natural, de esa punta de lanza que siempre opinaba en mejoras, de ese hombre que evidenciaba en redes sociales el gusto y el placer que le causaba verse rodeado de mariposas adhiriéndosele a la ropa. Amaba abrir temporadas de recepción de la mariposa monarca. Solía invitar a ver ese precioso espectáculo que bien sabía movía conciencias.
Homero siempre supo lo que pasaba en México y tal conocimiento le lastimaba. Era un hombre de valor al ignorar las cuantiosas amenazas que recibía de diversos grupos delictivos que le pedían que dejara de entrometerse en el asunto de la tala. Homero pecó de justo, de sensato; pecó de amar tanto a quien mucho le había dado, a sus mariposas.
Y ahí estaba el buen Homero, vilipendiado y golpeado. Y mientras sus captores y asesinos desechaban su cuerpo entre los matorrales, su espíritu ahí y a un costado, miraba antes de partir a ese receptáculo en el que había vivido, y en cuya piel había sentido una y mil veces, el cosquilleo de aquellas delgaditas alas rosándole las mejillas, los brazos, el cuerpo entero.
Quiero fantasear en el hecho de que su alma fue llevada en pos de cientos de miles de mariposas a una morada digna para un espíritu especial. Honor a quien honor se merece, y Homero Gómez González merece ser recordado como tal, como un monarca en la protección y preservación de la mariposa Monarca. Adieu.