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“Hay un fusilado que vive”, le dijeron, a fines de 1956 en un café de La Plata, al periodista Rodolfo Walsh (Lamarque, Argentina 1927-Entre Ríos, Argentina 1977). Un año antes, un gobierno de facto había destituido al presidente Juan Domingo Perón en la llamada Revolución Libertadora. En junio de 1956 le tocó el turno a los generales Raúl Tanco y Juan José Valle de sublevarse, inspirados por su adhesión a Perón, contra ese gobierno usurpador..

 

“Hay un fusilado que vive”: esta confesión fue suficiente para convencer al escritor argentino de averiguar el cómo, el porqué y dónde habían sido fusilado un grupo de civiles durante ese levantamiento cívico-militar. Aquella frase se lee como una maravilla y como un secreto, como parte de una trama literaria o de un criptograma. Es, en cambio, el primer envión de una investigación periodística, acaso porque guarda un sinsentido: un fusilado vivo, alguien que burló a la muerte. He ahí la génesis de Operación Masacre, ese relato tremebundo sobre los colmillos del poder.

 

Todo este episodio nace de una coincidencia o de una serie de ellas: un hombre, Juan Carlos Torres, inquilino de un departamento donde varias personas se habían reunido a escuchar una pelea de box por la radio —la del argentino Eduardo Lausse contra el chileno Estanislao Loayza–, apoyaba aquella insurrección de los generales Tanco y Valle. También Norberto Gavino y Carlitos Lizaso, de veintiún años, presentes en el lugar. Los otros —nueve más, incluyendo a dos del departamento de enfrente— no estaban ni enterados de la sublevación, la cual será sofocada en menos de doce horas. Cuando las autoridades se aparecen en los departamentos debido a unos policías que confunden aquella reunión como parte de la insurrección, los agarran a todos, excepto a Torres, que logra escapar.

 

El encargado de la operación y del fusilamiento, de voz “ronca y pastosa que por momentos parece de borracho”, es el jefe de Policía de la Provincia de Buenos Aires, el teniente coronel Desiderio A. Fernández Suárez. Una pregunta le quema los labios: “¿Dónde está Tanco?”, les pregunta una y otra vez a los prisioneros, en referencia al general rebelde. Ninguno tiene la respuesta.

 

Encerrados en la Unidad Regional de San Martín, se ordena su fusilamiento, el cual, al igual que su secuestro, está marcado por la confusión y la clandestinidad: los llevan a un descampado, donde fusilan a cinco de ellos y hieren a uno de gravedad. Seis logran escapar. Sólo uno, Carlitos Lizaso, tuvo un fusilamiento en regla: cuatro balas fueron a parar a su pecho. Las fugas resultan heroicas y sorprendentes: mientras que algunos buscan asilo en embajadas latinoamericanas, otros se hacen los muertos, unos más toman camiones y buscan un café para calentar los huesos.

 

La clave de la Operación Masacre está en la hora en que aquellos hombres fueron detenidos: a las once de la noche del día 9 de junio de 1956. Y es que cuando el gobierno se da cuenta de la insurrección, se publica, el 10 de junio a las doce treinta y dos de la noche, una ley marcial a través de la radio del Estado. Cuando fueron detenidos, aquella ley no estaba vigente y, por lo tanto, sus efectos no podían alcanzar a los detenidos. No sólo eso: los sucesivos intentos de encubrimiento por parte de las autoridades dieron como resultado que se absolviera al principal responsable de la masacre, es decir, al teniente coronel Fernández Suárez. Lo dice así Walsh: “No habrá ya malabarismos capaces de borrar la terrible evidencia de que el gobierno de la revolución libertadora aplicó retroactivamente, a hombres detenidos el 9 de junio, una ley marcial promulgada el 10 de junio. Y eso no es fusilamiento. Es un asesinato”. Años después, el 25 de marzo de 1977, Rodolfo Walsh desapareció bajo las sombras de la dictadura argentina. Un día antes había enviado a distintos diarios su famosa Carta abierta de un escritor a la Junta Militar, con la que denuncia las atrocidades del primer año de la dictadura: “quince mil desaparecidos, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrados”. Mientras caminaba por Buenos Aires, Walsh fue interceptado por un grupo de tareas. El escritor se defendió utilizando una pistola calibre .22, pero fue alcanzado por las balas de sus agresores. Moribundo, fue secuestrado y desaparecido por la dictadura. Los responsables fueron juzgados en 2011 y condenados a cadena perpetua.

Operación Masacre es, más que un libro, la deuda de una conciencia con la democracia y los derechos humanos. La apuesta de una vida por la ética de la palabra y una advertencia que todos deberíamos tomarnos en serio: “Dentro del sistema”, escribió en el epílogo a la tercera edición de su investigación, “no hay justicia”.

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