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Durante esta semana, continuó la publicación de información derivada del hackeo que sufrió la Secretaría de la Defensa. Algunas de las revelaciones demuestran que los militares han hecho de todo, desde pronosticar el triunfo o derrota de candidatos a puestos de elección popular, hasta hacerse amigos y socios del crimen organizado.

 

Gracias a las filtraciones, se sabe que la Secretaría no ha dejado de espiar, sino que incluso pagó más de 60 millones por “servicio de monitoreo de información remota” en 2019 a Antsua, empresa proveedora del malware Pegasus.

 

Entre las pruebas de corrupción se ha develado que, en el Campo Militar No. 1 en la Ciudad de México, un militar tenía su mercadito sobre ruedas para vender a grupos criminales equipo táctico, armas y granadas. También que ha habido marinos, militares e ingenieros de Pemex involucrados en el robo de combustible en Tamaulipas, Campeche, Tabasco y Veracruz.

 

Se ha sabido que en 2020 el Ejército consideraba igualmente peligrosos para la seguridad del Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA) a los colectivos feministas que al Cártel de la Familia Michoacana y que los familiares de niños con cáncer representaban la misma amenaza que el Cártel del Centro y la Unión Tepito.

 

Además, que el Ejército no sólo quiere poner una aerolínea, sino también hacerles competencia a los grandes consorcios turísticos, por lo que busca probar suerte en la administración de tres hoteles, dos parques nacionales, el Tren Maya y varios aeropuertos. Total, echando a perder se aprende.

 

Las filtraciones revelan agresiones sexuales generalizadas dentro de las Fuerzas Armadas. También se ha reconocido que la “estabilidad emocional” de los soldados ha mermado, por lo que se redujo su capacidad de identificar una amenaza real y la correcta aplicación de los principios y procedimiento del uso de la fuerza. Esto, según los correos expuestos, ha generado un uso indebido de armamento, que ha provocado pérdida de vidas humanas y heridos, incluyendo militares y civiles. Cada una de las circunstancias reveladas hasta el momento generaría un escándalo en muchos países, pero en México aún no prende la información. Esto puede deberse a que cada medio ha ido seleccionando lo que, a su juicio, considera lo más relevante, atomizando el impacto de los graves hallazgos que se han hecho.

 

 

Para el gobierno de Andrés Manuel López Obrador lo mejor que le pudiera pasar es que las notas y análisis de los medios sigan fluyendo de esta manera, constante pero disperso. Podrá seguir minimizando las revelaciones, señalando cosas como que no es espionaje, sino inteligencia; que no es ambición, sino que los militares quieren diversificar sus negocios porque son todos unos emprendedores; que hasta en las mejores familias hay ovejas negras; que no es que hayan querido atacar civiles, sino que los pobrecitos están cansados de tanto que hacer.

 

Sin embargo, el tabasqueño debería tener claro que esta filtración masiva de correos y documentos se está convirtiendo en el arranque oficial del deterioro de la imagen del Ejército, debido a que parte de su credibilidad y fortaleza era que la gente no conocía lo que sucedía en sus entrañas. Irónicamente su prestigio tenía sus raíces en su opacidad y cerrazón. Ahora que a producto de filtraciones se está revelando lo que hay en su interior, el panorama es desolador.

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