Home OPINIÓN «Un almuerzo lujoso”

«Un almuerzo lujoso”

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Hace varios años me contaron una anécdota que no puedo confirmar que sea verídica, de que haya pasado no tengo pruebas (Pero tampoco dudas).

 

Si alguna vez haz estado cerca de los obreros de construcción ó albañiles, sabrás que en ese ambiente también se desenvuelve un mundillo gastronómico muy interesante, al menos en mi experiencia recuerdo ver aquellos hombres clausurando media jornada de trabajo desenvolviendo unos paquetones de aluminio con un par de docenas de tacos de harina ‘de huevito revuelto con lo que hubo en casa’ unos tacos sudaditos de medio día de estar paseados en su mismo calor.

 

Bajo una lámina trocitos de madera de cimbra y ramitas van avivando el fuego donde se van a recalentar estas delicias, cada quien trae un paquete con algo diferente, cuyo sazón principal tal vez sea el amor y la dedicación de la señora que con esmero le preparó ‘el lonche’ a su viejo pa’ que se fuera a trabajar. En fin.

 

¡Güero! ¿No te echas un taquito? Y aunque seas prietito tu ahí vas, te arrimas a la lumbre sentado en un block mientras llega otro cuate con una cubeta con coca cola de vidrio bien fría, el chesco infaltable que se coló en nuestra cultura.

 

No se que tienen repito, pero es de los mejores almuerzos que haz probado en la vida, quizás imaginar la experiencia de llevar medio día de trabajo pesado bajo el sol y darte unos minutos muy merecidos para morder un taco hecho con lo que hubo, pero con mucho amor y después un trago frío de refresco, quizás esa idea, recrear eso en tu cabeza, lo hace algo extremadamente reconfortante.

 

Bueno me desvié, la anécdota: cuentan que un empresario de Nuevo León inició una gran construcción, donde había muchos trabajadores obreros, dicen que hizo esto un par de veces, de repente poco antes de la hora de la comida, llegaba una camioneta negra blindada, bajando una montaña pizzas y hamburguesas de la estrellita junto con unas hieleras repletas de refrescos y antojos abundantes, el trueque era claro: a cambio de sus lonches, entreguen sin resistencia esos envoltorios de amor y sazón que traen de su casa y entréguense al gusto de unas pizzas y hamburguesas hasta hartarse.

 

El lujo de lo sencillo, a veces no todos lo pueden saborear, el sabor de lo simple sin nada de ‘panache’, ni pretensiones, la elegancia de unas tortillas de harina de casa, frijolitos con manteca y un huevito con lo que hubo ese día, sin más, ni menos.»

 

Leído por ahí…

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