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El 28 de febrero se confirmó en México el primer caso de covid-19. Desde entonces el gobierno federal y el de la CDMX han tomado decisiones tardías y las últimas, desde mi punto de vista, muy precipitadas.

 

Fue hasta el 23 de marzo cuando la Secretaría de Salud estableció la Jornada Nacional de Sana Distancia, cuya intención es reducir la tendencia de casos del coronavirus. Se suspendieron las clases, las actividades no esenciales, se cancelaron los eventos masivos, se pidió a la población evitar aglomeraciones, así como aislarse en sus casas para disminuir el riesgo de contagio y proteger a los adultos mayores y a los enfermos crónicos. Así inició la fase 2 de la pandemia, con la declaración del subsecretario Hugo López-Gatell, “esto nos permite trazar el horizonte para los siguientes 30 a 40 días, en donde empezaremos a visualizar que en México, por haber anticipado las medidas masivas que tienen los mayores impactos en reducir la transmisión y en las consecuencias sociales, vamos a poder doblar la curva, vamos a poder tener menor transmisión”.

 

No fue así. A poco más de mes y medio de que se detectó el primer caso positivo del nuevo coronavirus, México entró el 21 de abril oficialmente a la fase 3 de la epidemia, que ha dejado más de 2.5 millones de personas contagiadas y más de 165 mil muertos en el mundo. La fase 3 nos reveló que ya existía una progresión acelerada del virus en nuestro país. Que los contagios ya se contaban por miles y, principalmente, que existía el riesgo de que se saturara el Sistema Nacional de Salud. En teoría se debían aplicar medidas más severas con el fin de “aplanar la curva” de la enfermedad.

 

Desafortunadamente, no se ha podido detener el crecimiento de la curva de contagios. Se atravesaron las vacaciones de Semana Santa y muchos mexicanos salieron en estampida a las playas de algunas entidades. Luego volvieron a romper las medidas de distanciamiento social el 10 de mayo. Y el gobierno no ha aceptado aún que la forma más eficaz para prevenir las infecciones y salvar vidas es cortar las cadenas de transmisión. Y para lograrlo hay que hacer pruebas y mantener las medidas de distanciamiento social. La expansión del virus ha seguido una ruta exponencial. Un ascenso variable con más casos cada día, tanto de sospechosos como de fallecidos.

 

La planificación y los preparativos anticipados eran fundamentales a fin de atenuar el impacto del virus. El asunto aquí en México es que la capacidad de preparación y respuesta del gobierno fue tardía y ocurrió 24 días después de que apareció el primer caso; hasta entonces se empezaron a comprar los primeros insumos y el EPP. Se ha expuesto innecesariamente al personal médico, no sólo al contagio, pues se estima que ya son el 10 por ciento de los casos confirmados. Más lamentable aún es que hayan ocurrido muertes del personal sanitario que se pudieron evitar.

 

El 20 de mayo se registraron 424 defunciones más por covid-19 en el país, es decir, un deceso cada 3 minutos. Este registro de muertes es el más alto en un sólo día desde que inició la pandemia en México.

 

Cada mes ha habido anuncios precipitados y fallidos. La comunicación del gobierno federal con los ciudadanos no ha sido asertiva. Un día anuncian que ya regresaremos a la normalidad, sin transmitir a la población a tomar las mejores decisiones posibles para su bienestar, y comunicar de manera efectiva en esta situación de preocupación y estrés elevados, lo que significa regresar a esa nueva normalidad.

 

¿Cómo pedirle a quien vive al día que se quede en casa? Cuando las personas están enojadas, no entienden explicaciones y menos con un lenguaje tan sofisticado como: protocolos, reservorios de virus, “aplanar la curva”, etcétera. La realidad es que esta mala comunicación sí está a punto de colapsar el sistema de salud. Cada día vemos con preocupación que los hospitales cuentan con baja disponibilidad de camas para la atención de pacientes de covid-19 en el Valle de México. La CDMX y el Estado de México concentran el 45% del total de casos confirmados a nivel nacional.

 

No conocemos a ciencia cierta la dimensión del problema porque nos faltan datos precisos. Es una decisión precipitada, querer reabrir las actividades en estas condiciones, y sin explicarnos a los mexicanos cuáles son las indicaciones específicas del regreso a la apertura económica.

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