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La puntuación social

La puntuación social

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Por: Enrique Morales y Martínez

En su libro Nexus, el historiador y filósofo Yuval Noah Harari plantea una de las ideas más inquietantes del futuro: un sistema de puntuación social que califica cada acción humana. Inspirado por desarrollos reales como el sistema que ya opera en algunas regiones y platafromas sociales, Harari advierte sobre un mundo donde la reputación se convierte en moneda, y la vigilancia total sustituye al juicio individual. Bajo este esquema, cada paso que damos, cada interacción, cada compra y cada palabra podrían traducirse en un puntaje, acumulando o restando valor a nuestra identidad digital y, por extensión, a nuestra libertad.

Este sistema, que a simple vista puede parecer una evolución del crédito financiero tradicional, en realidad es mucho más intrusivo. Mientras el dinero mide capacidad de pago, la puntuación social mide “valor moral” según parámetros impuestos por el Estado o corporaciones. Así, decisiones personales como con quién te relacionas, qué opinas o incluso cómo pasas tu tiempo libre pueden tener consecuencias directas en tu acceso a servicios, empleos o libertades. El sistema monetario, con todos sus problemas, al menos permite cierta privacidad. El sistema de puntuación social, en cambio, significa una vigilancia constante y omnipresente.

Esta perspectiva distópica parece alejada de nuestro presente, pero lo cierto es que los primeros pasos ya están dándose. El impacto de esta vigilancia en la salud mental es profundo. Diversos estudios muestran que vivir bajo observación constante genera ansiedad, estrés crónico y una pérdida del sentido de autonomía. La idea de que cada acción podría ser registrada, analizada y juzgada inhibe la espontaneidad y afecta la salud mental. Nos convierte en actores cautelosos de nuestra propia vida, buscando aprobación más que sentido, generando un estrés constante.

En México, la reciente aprobación a una seria de reformas relacionadas con la vigilancia ciudadana ha generado un gran debate orientado a los derechos humanos y la pérdida de privacidad. A cómo esta ley permite a las autoridades acceder a información personal de ciudadanos —como datos biométricos, geolocalización y comunicaciones— sin una orden judicial clara, con el argumento de combatir el crimen. En este sentido hay voces a favor y en contra. Sin embargo, no se está analizando desde el punto de vista de la salud mental y emocional, ya de por sí bastante deteriorada en nuestro país.

Yuval Noah Harari no lanza estas advertencias como ciencia ficción, sino como una llamada urgente a proteger nuestra libertad. El riesgo no es solo tecnológico, sino político, cultural y de salud. Si aceptamos que todo se mida, que todo se vigile y que todo se califique, perdemos lo más valioso que tenemos: la posibilidad de ser humanos con matices, contradicciones y libertad para decidir.

En un país como México, donde la desigualdad y la desconfianza institucional son profundas, donde las apariencias importan más que las realidades, implementar sistemas de vigilancia sin transparencia, con base en algoritmos autónomos, podría derivar en abusos, represión y más depresión. Es momento de debatir, con seriedad y urgencia, qué futuro queremos construir: uno donde la tecnología empodere al ciudadano o uno donde lo controle.

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