Los malos como ejemplo
Este lunes, la tragedia cimbró a la comunidad El Tejocote, en el municipio de La Perla, ubicado en la zona central montañosa de Veracruz. Era un día como cualquiera; mientras los pobladores se dedicaban a sus actividades cotidianas, un par de niños jugaban algún videojuego en las llamadas “maquinitas” que habían sido instaladas en un establecimiento de la localidad. Uno de los infantes resultó vencedor en la competencia y el otro, enardecido, se dirigió a su casa de donde sustrajo un arma de fuego para luego regresar y disparar en la cabeza a su compañero de juegos. Samuel, fue trasladado aún con vida al hospital regional de Río Blanco, en donde murió momentos más tarde. El agresor de tan solo 10 años de edad y el padre de este, huyeron del lugar con rumbo desconocido.
Lo narrado escuece las entrañas incluso del más indiferente. Surgen preguntas que seguramente no encontraran respuesta. ¿Por qué un niño tiene fácil acceso a una pistola?, ¿dónde y cómo aprendió a usarla?, y lo más importante, ¿por qué – a su corta edad – el pequeño atacante optó por recurrir a la violencia como una forma de resolver un conflicto?
Es un hecho, los humanos aprendemos de lo que observamos; imitamos las conductas ajenas por que previamente apreciamos su utilidad. Al respecto, el psicólogo y biólogo suizo, Jean Piaget, sostuvo que la imitación está motivada por la asimilación incompleta (a veces incorrecta) de lo observado. Imitar es entonces reproducir un modelo, ya sea por percepción, captando y procesando la información mediante los sentidos o por representación; es decir, como una simple copia de lo visto o escuchado.
“Se enseña con el ejemplo” repetía mi amable y única lectora con suficiente recurrencia; no le faltó razón.
Hace apenas unos días, las benditas redes y los medios tradicionales dieron cuenta de una fiesta infantil celebrada en honor del hijo de un futbolista mexicano. Lejos de hacerse acompañar de un personaje de dibujos animados o algún superhéroe, el festejado y sus papás consideraron buena idea hacer alusión a un grupo delincuencial como tema del festejo. Las imágenes muestran sin tapujos que los invitados portaban gorras con las leyendas “JGL” y “La Chapiza” en clara alusión al Cártel de Sinaloa y su líder. No solo eso, los asistentes recibieron armas de juguete y pecheras que asemejaban chalecos antibalas; sin más, los niños jugaban a delinquir y parecían divertirse con ello.
Los corridos de moda y las narco-series ensalzan las vidas “exitosas” de los principales criminales mexicanos y alguno que otro extranjero. Sin duda, los productores musicales y televisión han encontrado un extraordinario nicho de mercado mostrando los lujos y excesos de quienes infringen la ley.
Aquí en confianza, hace no mucho – en marzo de 2016 – se prohibió en Coahuila la reproducción de los llamados narcocorridos; lo anterior, con el propósito de abonar a las acciones de seguridad implementadas en la entidad. De esa forma, se procuró limitar la promoción, programación y difusión de expresiones musicales que hicieran apología del delito o enaltecieran a los autores de hechos ilícitos. De inmediato surgieron las voces que tildaron de absurda la medida; en el mejor de los casos, no pocos la consideraron innecesaria; luego, el contenido del decreto quedó en el olvido. A la distancia, se antoja impostergable revertir los efectos nocivos del culto a la delincuencia mediante la promoción de modelos conductuales positivos que sirvan de referencia a las nuevas generaciones.
Considerado como el padre de la ciencia moderna, el filósofo griego Demócrito de Abdera, sentenció: “todo está perdido cuando los malos sirven de ejemplo y los buenos de mofa”. Ahí se los dejo para la reflexión.
Nota. Lo antes expuesto representa
la opinión personal del autor