-¡Qué canijos vas pal norte, mijo, si aquí mesmito en el Mezquital está la mano de Dios, carajo!
-Mírate, pa… la vida se te ha ido aquí en Torreón y nomás no has hecho ni un tapete pa dormir, ya ni tan siquiera una almohada pa poner tu cabeza con todo y que tu supuesto Dios te ha dado algodón.
-¡Qué ingrato caramba, si diosito de nadita nos ha privao!
– Pos a usté, porque aquí nomas ni amigos ni nada… ahí quédese con Eutimio, que le ayude, que agradezca que lo recogió de la calle… sólo espero, me de la camioneta pa irme a Chihuahua. Ya tan siquiera eso pues ni pa la escuela quiso darme.
-Le dejé bien explicado, mijo, que la enfermedá de su madrecita, que diosito y la virgencita tengan en su seno, me dejó amolado… y te dije, trabaja el doble, pero no quisistes… hasta te enojaste porque Timio ni se quejó y él sí se jué a trabajar jornadas dobles pa darle al estudio.
-Pues quédese con el recogido ese, a ver si cuando guelva de Durango le agradece algo. Ya le he dicho que pelee sus tierras, pá, pero prefiere que el patrón se las trabaje y le dé de puras sobras…además hay está usté también de terco queriendo aprender a escribir, ya pa que pá.
-Yo no tengo pa maquinaria, mijo, y lo sabe…apenas pa la escuela de este chamaco.
– Pos sepa, pero entonces qué, me dará la troca o qué.
– Pos llévesela, mijo, y ya que reniega de su tierra y de su padre, pos allá Dios que me lo bendiga.
Ese fue el último amarre de palabras entre papá y yo allá por 1978. Envalentonado me alejé mientras lo miraba a lo lejos medio sumido en aquella amplia nube de algodón. Él siempre se sintió bendecido de vivir ahí, sobre las nubes de Dios, esas que según él le daban de todo. Y así había sido hasta que por falta de materiales tuvo que aliarse con ese hombre que terminó por apropiarse de nuestras tierras.
En Chihuahua me hice agrónomo y trabajé por años haciendo rendir la tierra y la producción de manzana. Allá conocí a María Josefina, hija de uno de los productores más grandes de nuez en Basaseachi. Nunca me casé con ella porque como yo, no creía en papeles ni en el matrimonio. En 1989, deseando saber qué había sido de mí viejo, al cual, confieso, había olvidado por completo, fuimos a Torreón. Al llegar al rancho me recibió Eutimio. Me dijo que papá no hablaba desde hacía mucho tiempo y que los médicos les habían dicho que era una rara enfermedad de la cabeza que afectaba el oído, el habla y la memoria. Por más que quise hacerme entender con papá, sólo recibí de él miradas profundas y perdidas. Me sorprendí de ver que todo iba más que bien en el rancho. Papá vivía de la buena venta de algodón y ya no estaba aliado con nadie. Tenía una enfermera y una mujer que cuidaban perfectamente de él. Eutimio me contó que él se había encargado de poner todo en orden y cuidar de papá cuando este había caído en un coma por más de tres años. Siempre me hablaba de ti, me dijo. Soñaba con volver a verte, de hecho, antes de su enfermedad fuimos a Creel porque alguien nos dijo que por ahí estabas, pero no dimos contigo. Por eso al verte llegar lo viste así de contento, y es raro, porque poco a poco ha ido perdiendo la memoria. Lo bueno fue que desde que aprendió a escribir, se entretenía con eso. Todos sus cuadernos están por ahí guardados en su habitación.
Con toda la pena del mundo le dije a Timio que los dos no cabíamos en la casa. Papá había muerto de un infarto y empezamos a poner las cosas en claro. Mi hermano postizo se fue lo bastante triste porque esa había sido su casa desde siempre. Mary estaba feliz y ya me había empezado a decir que vendiera para ampliar las hectáreas en Basaseachi. Convencido comencé a ofertar la propiedad. Si papá no me había amarrado al ejido, menos la tierra.
En un lapso de seis meses rechazamos una veintena de ofertas y cuando llegó la buena, al siguiente día llegó un notario de Durango para pedirme que abandonara una propiedad que no me pertenecía. Atónito escuché las cláusulas de un supuesto testamento en el que mi única heredad era una cosechadora de algodón, dos hectáreas de tierra y una veintena de cuadernos viejos de papá. Horrorizado supe que Timio había recibido todas las hectáreas restantes y que no eran pocas. Al saberme sin bienes, Mary me encontró defectos que antes no me veía y terminó por dejarme.
– Me robaste- le dije a Eutimio frente al notario una semana después- seguro lo convenciste para que te heredara.
– La respuesta a tu acusación está en tu corazón, hermano.
– ¡No soy tu hermano!… quédate con la pinche máquina y ese jodido pedazo de tierra.
– No las quiero, respeto la voluntad de papá, pero igual te las cuido…
– ¿Papá? ¿Qué no entiendes que eres un recogido?
– Adoptado por un buen hombre con un mal hijo.
Entonces me le fui a los golpes. Timio no metió las manos ni me demandó. Por más de quince años no supe de él. Cuando fui echado de la empresa en Creel donde trabajaba, volví al ejido pues me urgía vender para sobrevivir. Timio me recibió muy afable. Cuando quise decirle que iba por mis tierras, me dijo que no, no te preocupes, ya hablaremos de eso mañana. Son las nueve de la noche y estamos celebrando el cumpleaños de una de mis hijas, pásale, estás en casa.
La casa era una cosa preciosa. Conservaba el aire casero que papá amaba, pero Timio le había agregado algo muy suyo y que tenía que ver con las caracolas.
Me hospedó y al día siguiente hablamos.
– Ahí están tus hectáreas llenas de algodón. La máquina la utilicé pero ahí tengo una nueva que ahora te pertenece.
– Te la vendo, también las hectáreas. Me urge vender, estoy desesperado.
– Mira, eres mi hermano. Te daré cinco hectáreas, todas con sorgo y melón, pero a condición que no vendas nada. Me ha ido muy bien, quédate a vivir por acá, hay mucho trabajo y necesito un buen agrónomo.
– No te cansas de burlarte… ¿Me las compras o no?
– Tengo una casita preciosa a un kilómetro de aquí, habítala un par de días, o si quieres más, pero quiero pienses con calma lo propuesto… mira, toma estos cuadernos, son de papá, te haría bien leerlos.
Esa noche papá bajó a hablarme al oído mientras leía sus garabatos.
“… y si mi hijo amado me ha dejado, ¿Qué será de mi vida?” decía un 30 de agosto. Un año despues:
“… él se ha ido, seguro ha muerto, era tan atrabancado…de otro modo ya hubiera vuelto a casa, y es que han pasado tantos años… seguro mi buen Eutimio hará un buen trabajo…”
Podía leer en sus palabras una desesperación enorme y mientras tanto, yo, su primogénito y el que creía merecerlo todo, me divertía despilfarrando. Cuando cerré el último de los cuadernos, estaba sin alma y abatido. Salí de casa a las cinco de la mañana. No había dormido nada y luego de caminar un kilómetro, llegué a casa de Timio. Ya daba órdenes a los jornaleros y preparaba todo para el día. Al verme se me acercó y me invitó un café. Respetó mi silencio por un rato y después me pidió lo acompañara el fin de semana a la cacería en la sierra. Me arañaba el orgullo que fuera tan compasivo conmigo, sin embargo, había heredado aquella actitud de papá, porque él así era, tan igual.
-Quiero ser tu jornalero-le dije.
-Jamás… necesito un agrónomo.
– Entonces trabajaré doble.
-Como tú gustes.
El primer día de trabajo vi a papá sumido en aquella frondosa nube percudida de algodón. No sé cómo ni cuándo pero ya para cuando acordé amaba aquella tierra como un loco. Demasiado tarde había entendido el lenguaje y el amor de papá por la tierra y por el algodón. Mi vida cambió, lo acepto, gracias a Timio y a las palabras escritas de mi padre. Me fui de joven a perderlo todo y al volver a saber que no tenía nada… pero Timio me dijo que sí, que sí lo tenía todo y que esa casa en la que me hospedaba él la había hecho por si un día volvía.
Eutimio murió en el año 2000 y se le acabó el mundo anunciado para ese año. Ya estoy viejo, pero sigo aquí, con mi tierrita y sembrando sorgo y melones. No pido más si todavía y de cuando en cuando papá me susurra de su amor.