Mamá se equivocó cuando cubrió los espejos y desconectó la radio. Afuera la lluvia anegaba el patio y dentro las lágrimas a nuestro corazón devastado.
El abuelo murió de viejo teniendo un alma joven. Por él conocí todas las cerranías cercanas y de su boca mil historias que todavía me acosan.
Para el velorio su ataúd estuvo entre la estufa de leña y un viejo peinador de tres patas sanas y una averiada.
El abuelo era un viejo místico y soñador como ningún otro. Nunca supe si lo que me contaba eran verdades o maravillosas mentiras de su vida de trotacalles. Siempre fue un aventurero y la única hija que había tenido por accidente, porque así lo decía, había sido mamá; pero la mujer se la había dejado para su buena fortuna.
En el entierro no pude llorar. Quería hacerlo. Algo se me había atorado entre la lengua y el pecho, algo como masa, atole espeso o qué se yo. Me veo corriendo entre las lechuguillas, las palmas en flor y el cenizo. Corriendo y gritando, suplicando porqués.
Conocía a mamá, era mucho más que estricta. Violar su mandato cualquiera que este fuera era ponerse de pecho ante el dolor… pero un día no pude más y rompí el misterio. Era tardenoche y ella había salido a intercambiar historietas. Solo y en medio de la penumbra conecté la radio. Unas suaves notas de Los Montañeses del Álamo invadieron la casa muy quedo. Escucharlos fue un clavo metiéndose en la planta de mi pie. Chillé, sí, y mucho. Más cuando al recorrer la percudida sábana que tapaba el espejo del peinador, me hizo ver allá muy al fondo, la clarita cara del abuelo. Era él, juro que era él metido en mis ojos, en mi pelo, en mis pestañas, en mis pensamientos. Supe entonces que mamá se había equivocado, que el abuelo No se había ido jamás y que quisiera ella o no, siempre lo podría encontrar ahí, en su música, en los murmullos del monte y hasta en lo más profundo de mis recuerdos.
Cuando mamá llegó no me salvé de una memorable tunda que hasta el día de hoy recuerdo. Ella murió hace años. La quise mucho, pero nunca volví a verla… al abuelo sí y creo que lo seguiré viendo hasta que la tapa de mi ataúd se cierre y me condene al silencio tras un espejo, tras las notas del canto cardenche que tanto me gusta.