
La elección de selección se vuelve una cuestión de identidad para jóvenes biculturales rumbo al Mundial 2026
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CIUDAD DE MÉXICO.– El llamado «Clásico de la Concacaf» entre México y Estados Unidos ya no solo se juega en la cancha. Fuera de ella, se libra una batalla silenciosa y constante: la disputa por los futbolistas mexicoamericanos, jóvenes que deben elegir entre representar al país de su nacimiento o al de sus raíces.
Esta decisión, más allá de lo deportivo, implica un fuerte componente emocional y simbólico. Para muchos de estos jugadores, crecer entre dos culturas —la estadounidense y la mexicana— implica vivir con el corazón dividido. Tal es el caso de Diego Luna, actual integrante del USMNT, quien previo a la final de la Copa Oro habló abiertamente sobre esta dualidad: “A veces no sientes que perteneces completamente a uno u otro”, confesó.
La situación cobra aún más relevancia en la antesala del Mundial 2026, que será organizado en conjunto por Estados Unidos, México y Canadá. Con la vitrina más grande del fútbol mundial en puerta, las federaciones redoblan esfuerzos para asegurar a los talentos emergentes que puedan marcar la diferencia.
Entre los casos más mediáticos destaca el de Alejandro Zendejas. Nacido en Ciudad Juárez y criado en EE.UU., jugó en Chivas y brilló con Necaxa. Sin embargo, nunca encontró cabida definitiva en el proyecto del Tricolor, lo que lo llevó a aceptar el llamado de Estados Unidos y, en 2023, oficializar su decisión de representar al conjunto de las Barras y las Estrellas.
Brandon Vázquez, goleador en la MLS, también estuvo en el radar de la selección mexicana e incluso del Club Guadalajara, pero ante las trabas contractuales, optó por jugar con EE.UU., donde debutó con gol frente a Serbia.
En contraste, Obed Vargas, mediocampista de apenas 19 años, decidió cambiar el rumbo: tras haber jugado con selecciones juveniles de Estados Unidos, recientemente eligió representar a México, sumándose a su proceso formativo.
Estas decisiones, que antes pasaban desapercibidas, hoy reflejan un fenómeno más profundo: el de una nueva generación que navega entre dos identidades nacionales y culturales, buscando no solo oportunidades futbolísticas, sino también un sentido de pertenencia.
El resultado de esta “batalla” puede moldear el futuro de las dos selecciones más fuertes de la región. Y si algo parece claro, es que la disputa por los mexicoamericanos será una constante en los años por venir.