Justo cuando el trozo de rosca llegó a la palma de mi mano, algo explotó en mi corazón. Hacía un rato que el empujar de la gente me había derramado el champurrado, pero al menos tenía pan para Maritrini. A empujones y caras de desagrado salí de entre la multitud y al llegar al quiosco de la plaza donde había dejado a mi niña, empezó mi infierno. Ahí estaba ella tirada en el suelo, con un trozo de pan en migajas en la palma de su mano y en su garganta, en su garganta un niñito Dios todo blanco robándole la respiración. Me le fui encima, la estrujé intentando hacerla volver en sí pero a cambio sólo recibí sus antiguos ojitos bonitos, con un manto blanco y sin luz. Grité desesperada, pero todos se apartaron. La curiosidad los hizo estar ahí, contemplando y con inquietud lo que vendría después.
Corrí a la presidencia, subí los escalones. Fui al único lugar donde podría ir a pedir ayuda. El cabildo estaba cerrado y los guardias de solo mirarme fueron hacia mí.
-Váyase, señora, el alcalde no está, ni sus regidores.
-¡¡Mi niña está desvanecida, no respira, no respira!!
-Pues hospital aquí no es, ¿o usted ve alguna persona de blanco o Cruz Roja, colega?
-Obvio, no.- respondió el otro.
-Por favor, les ruego me ayuden.
-Le pedimos se retire y busque allá abajo la planilla de los números de emergencia. Creo están pegados junto al extintor.
El cuerpo todavía tibio de Maritrini seguía oliendo a loción de Avón, esa que le gustaba ponerse cada que la llevaba a algún lugar. La plaza comenzó a volverse desierta y de pronto comenzó a sonar la campana. Dios llamaba a sus fieles y creí que también a mí. Presurosa crucé la avenida. Al mirarme el padre que ya recibía a los feligreses en la puerta hizo un gesto de desagrado. Al momento dos mujeres me hicieron a la orilla muy sonrientes y allá, junto al campanario, me pidieron no estorbar en la misa. Suplicante pedí ayuda mostrándoles a mi hija, pero sus oídos estaban sordos.
Me fui del lugar sintiendo la mirada de los que ignoraban mis pesares y se santiguaban entrando en el sagrado recinto donde por puta yo no cabía. A mis cincuenta yo era yo, la que vendía chicles fuera de los bancos, la que me orinaba en cualquier esquina y dormía donde me agarraba la noche. Nunca perdí la cabeza ni la razón, simplemente me ponía tóxico el espíritu el estar en casa con una familia que me llamaba loca y me despreciaba. Así pasé de mi juventud a mi adultez metida en mis miedos y mi rebeldía.
Que quede claro, me embarazaron en los patios de la Logia Masónica. Caminaba por la Harinera cuando sin más me arrastraron hasta ahí y entre varios y en medio de risotadas y groserías pase de ser una muchacha sucia a una chica impura. Vagué sin recibir justicia y así nació Maritrini afuera del negocio del mismo nombre y a las tres de la mañana. Agarrada a la reja de la tienda y suplicando ayuda, una mujer solo se dignó a asomarse, recorrer la cortina y dejarme ahí, vaciando, arrojando de mi vientre el fruto de la violencia. En Sabinas no soy desconocida, todos, hasta los niños saben quien soy. Todos me evitan. Dicen que huelo mal, pero jamás han hecho algo para invitarme a un cambio de vida.
Aquel día mi hija y yo habíamos pasado un mal dia y no teníamos nada qué comer. Cuando supe que la caravana de los Reyes Magos pasaría por la Avenida Madero, vestí a Maritrini y le prometí que vería por vez primera a los Santísimo Reyes Magos. Estaba ilusionada, era una niña. Cuando los vimos venir a la altura del Cine Flora, alcé a mi niña, pero la policía me hizo a un lado. El maltrato de los oficiales por juzgarme por mi apariencia dejaron fuera de nuestra vista a los Magos. Solo los ricos o los que se veían bien tuvieron la dicha de tomarse una foto y probar el pan dulce. Era una enrome rosca, pero gigantesca. Los ojos me brillaban y a Maritrini le rugía el estómago. Maritrini no respiraba y sabía que muerta estaba. El frío calaba duro en mis pantorrillas y estando mi casa tan lejos de donde estaba ahora, busqué un refugio intentando huir de las filosas ráfagas de viento qué parecían cortarme la piel. Me introduje a los patios traseros de la presidencia, donde guardaban las herramientas, camiones y tractores.
Tras lo botes de basura, esos que por años había empujado limpiando la ciudad, miré al alcalde salir por la puerta trasera de la presidencia. Olía a loción cara. Su acompañante, una señorita hermosa y de porte distinguido lo miraba y seguía en la versada conversación.
-Si hay algo que tiene esta gente, es precisamente estar contenta con cualquier cosa que les des. Este pan es del más barato, traje esta rosca de mil pedazos de Texas y baratísima. Los panaderos aquí me la querían vender carísima… y mira, las sobras de los gringos se la comen estos sin saberlo, ¡Y ya viste cómo se la peleaban! Desde niño he visto esto aquí. Soy de familia política y de siempre he escuchado que al pueblo dale ilusión y serán tus cajas de ahorro segura. Ellos no saben que la semana próxima suben los precios de todo.
-Me dio gusto aceptaran nuestro champurrado, pero de tirarlo a dárselo a la ciudadanía, preferimos donarlo. Y es que la verdad el evento en Monclova estuvo muy vacío, no pensamos se nos fuera a quedar tanto.
-Y ya ve, la gente se lo bebió como becerros hambrientos.
Los odié por un momento, pero más me dolía mi hija.
Abracé a mi hija con fuerza. Estaba fría y sin expresiones.
Cuando amaneció abrí los ojos y el cuerpecito de Maritrini estaba rígido. Caminé por la avenida y fui directo a las oficinas de presidencia. Escandalizados, los que me vieron llegar con mi hija evidentemente muerta, retrocedieron. Un par de guardias me tomaron de los brazos y me pidieron retirarme.
-El alcalde está ocupado.
-Necesito ayuda, mi hija está muerta.
-Eso es en la funeraria, señor, no aquí.
-No tengo para pagar, ese es el problema.
-El alcalde es bueno, pero aquí no es beneficencia, amigo, tenga un poco de pena y retírese.
La mano de Maritrini todavía olía a pan.
Fui detenida por traer el cuerpo muerto de mi hija caminando por la carretera 57. Fui acusada por la sociedad de negligencia y por la supuesta justicia de asesinato por descuido.
Así me la pasé encerrada un año y después, después me vine a vivir a Torreón donde me rehabilité y un buen hombre me ayudó a convertirme en secretaria… ¿de no creerse no? Esos fueron mis días en Sabinas cuando me cerraron todas las puertas, tanto las de los hombres en la presidencia, como las de Dios en la iglesia.
AUTOR:JUAN DE DIOS JASSO AREVALO
EL VIAJERO VINTAGE
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