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La Quinceañera

La Quinceañera

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AUTOR: JUAN DE DIOS JASSO AREVALO

EL VIAJERO VINTAGE

Cientos de monedas cayeron sobre la mesa de madera y embargado por una nueva emoción, me vi ahí, al centro de la pista bailando el vals ante un

 “Dime si tú, hoy quieres bailar con el son de el vals de las mariposas, conmigo”

 El traje negro lo había mandado hacer a mi medida y desde las seis de la mañana me la había pasado acarreando los refrescos para ponerlos a helar. A las ocho había ido con doña Torres para ver lo de la barbacoa, los frijoles charros y los bolillos. Estaba agotado porque toda la semana me la había pasado trabajando en la construcción porque los detalles de la fiesta nos estaban saliendo bien caros. Todo estaba valiendo la pena luego de años intentando ganarme el cariño de mi nueva familia. Había decidido renovarme porque seguir con mi antigua esposa me estaba matando. Me desesperaba su obesidad como ninguna otra cosa. No se vestía bien y comía como un cerdo hambriento. Eructaba como un volcán y ni qué decir de esas flatulencias cuyos aromas eran mortales. Guapo no era, pero feo tampoco, Sabía que todavía podía haber salvación para mí. Mis hijos, malcriados canijos, ni caso hacían. El Benjamín se la pasaba con sus tazos tirado en el suelo. A sus ocho años su vida era esos juegos, escuela y tardes con los vecinos. Alejandrina, después del engorroso trámite que significó poner la demanda por violación en su contra a manos del Lelo, un vecino vicioso, nos había dejado bien mal. Ahora no sólo  aguantábamos las miradas de los vecinos sobre nosotros al tener una niña manoseada, también embarazada y sin que el vago quisiera hacerse responsable. En definitiva, irme fue la mejor opción, y como no tenía seguro social, me salvé de darles pensión. Al año de estar viviendo con Lorena supe que Alejandrina se había ido con un vago dejando la criatura en manos de su mamá, y que el Benjamín  había dejado de ir a la escuela.

Lorena fue mi ángel cuando creí morir de soledad. Mi vida cambió totalmente y me olvidé de un pasado vergonzoso que manchaba mi claro presente.

En la víspera de la Noche Buena y mientras nos encontrábamos comprando los regalos de los muchachos, vi a Jacoba, mi ex mujer pidiendo caridad fuera del supermercado. Cuando me vio había en su mirada algo como súplica y tristeza. Seguía siendo la misma bestialidad de grasa y descuido. Me sorprendió ver a Alejandrina con el bebé en la espalda y trepada sobre un auto limpiando los cristales. Desvié mi  mirada y empujando el carrito atestado de víveres llegamos hasta el auto de mi mujer.

-¿Ya vieron a la ex de su padre?- dijo mi esposa a los muchachos.

-¿Mía? Yo no tengo pasado, solo un presente y son ustedes.

Mi esposa conducía y adrede pasó frente a ellos, se detuvo un momento y Alejandrina se trepó cual sanguijuela con un trapo en mano. En menos de dos minutos los cristales estaban limpios y una mano dentro pidiendo propina. Sus ojos rojos se toparon con los míos y sacando un billete se lo extendí, pero la velocidad de mi hijo Alexis arrebatándomelo fue tal que ella no alcanzó a tomarlo.

-Mejor dámelo a mí- dijo lanzándose a una risotada junto a su hermana.

-Con permiso, chamaca, déjame subir el vidrio que hace mucho calor- dijo mi esposa.

El vidrio subió dejando nuestra miradas opacadas.

-Ay no, qué horror. Dios es grande y te sacó de esa inmundicia.

La quinceañera inició según lo acordado. Las mesas estaban llenas y los wiskies siendo repartidos por los meseros. Mérida se veía hermosa con su  vestido y entonces el sonido anunció los valses.

La música envolvente hizo que el baile con el chambelán, con su mamá y sus abuelos fuera hermoso.

-¡Ahora la sorpresa que todos esperaban!- gritó el hombre del sonido.

Me ajuste el sacó, le eché una mirada a mis zapatos y caminé lento a la pista. Me detuve en seco cuando vi a un par de jovencitos meter al  centro una enorme caja del tamaño de un  refrigerador. Ese regalo sorpresa era tan grande que no podía ni siquiera imaginar qué era. Quedé absorto pues según el plan era mi turno para bailar con mi hija adoptiva. Enseguida sonó la música de Bambú de Miguel Bose en remix haciendo aplaudir a los más de 300 invitados.

Acercaron a Mérida al regalo con los ojos vendamos y enseguida comenzó a sonar la canción de La última muñeca. Los muchachos le quitaron la venda a la niña y en un santiamén un hombre salió de la caja.

-¡Démosle la bienvenida a don Rubén Palafox!

El papá ausente de Mérida hacía acto de presencia tomándola del talle y lanzándose a un  baile en el que  ella lloraba y él sonreía gustoso. Yo sentía las miradas encima de mí y más cuando mi esposa me dio la muñeca y me pidió pasara a la pista a entregársela a ese hombre. Yo, que había criado a esa niña y que había hecho mil piruetas para ganarme su cariño, ahora simplemente sonreía y lloraba llena de emoción. Toda la fiesta se la pasó bebiendo con mi esposa y otros amigos que había llevado. Mi hija ni siquiera se me acercó y al final, caí en la cuenta que me había endrogado con más de 80 mil pesos en una fiesta para alguien que ni siquiera era mi hija de sangre y que aparte, había humillado, junto a su hermano a mi Alejandrina en plena calle. Miré a mi esposa sumida en una borrachera palmeando al que había sido su hombre y yo, hecho todo un pendejo cenando barbacoa fría y refresco de dieta.

Salí del salón y entre todos los vagos que querían meterse a bailar, estaba mi Benjamín.

-Deme chance de entrar, papá- me dijo

-Mejor vamos a casa.

Atónito me miró y dejando a sus amigos me siguió. En el camino le platiqué mis penas y él las suyas. Me sentí miserable porque Jacoba no merecía lo que le había hecho. La puerta se abrió y el tiradero estaba por todos lados. Nada había cambiado. Jacoba estaba sentada a la mesa comiéndose unos taquitos.

-Me invitas?

-¿Y eso? ¿Ahora tú que te traes?

-Me invitas o no

-Son de frijoles

-¿Y?

Alejandrina me trajo a mi nieto y aunque apestaba a suciedad, me eché a llorar abrazándolo. El Benjamín, parado en la puerta y con su rebelde vestimenta de vago, me miraba desconcertado.

-Anda ven- le pedí.

Y de pronto estaba ahí, sentado en un desvencijado sofá rodeado de mi verdadera familia.

No sé cuantos años pasaron para poder pagar los 80 mil que se convirtieron en 160 mil. Entre todos hicimos cambios significativos y la casa se volvió otra. Para reírse, pero de Jacoba salió que nos fuéramos las tardes a la deportiva, caminar y platicar. Jacoba no dejó de ser enorme, pero ahora la miraba distinto porque fui descubriendo la verdadera mujer que era.

De tajo salí de una familia egoísta y controladora. Nadie me buscó jamás, pero esa quinceañera me hizo pasar el ridículo de mi vida. Yo no era el padre de esa jovencita vanidosa que dejándome ahí parado, decidió bailar con quien nunca la había visto como una hija.

@derechosreservadosindautor

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