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La Quince

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Autor: JUAN DE DIOS JASSO AREVALO

EL VIAJERO VINTAGE

@derechosreservadosindautor

La olla de peltre con todo y salchichas en brochetas quedaron bajo la mesa. Mamá Leandra le había dicho a mi prima Teresita que los aperitivos para su quince corrían por su cuenta. Yo me la había pasado semanas haciendo figuritas de papel crepé y china que colgarían a los largo y ancho del patio. Habíamos crecido juntas y siempre con la ilusión de que cuando llegara el día de nuestra fiesta de quince años una sería dama de la otra. Teresita era mayor que yo dos meses por lo que su fiesta se planeó para un mes de enero y la mía en marzo. Dos días antes de la fiesta, que sería en el patio de su casa, surgió el inconveniente de que la madrina de zapatos le había dicho que siempre no, que no podría ser parte. Yo tenía ya los míos y con todo y que a mamá le habían costado mucho le dije que se los pusiera, que al cabo con lo largo del vestido ni se verían y mamá ni cuenta se daría. Teresita se la vivía diciendo que seguro mi fiesta sería más bonita, que ella, por pobre, nada luciría. Lo cierto era que ambas éramos pobres. Nuestros papás trabajaban en un lugar donde se vendía aluminio y fierro viejo y no ganaban mucho.

El mero día de la fiesta sonó el teléfono y Teresita, emocionada, me dijo que todo había cambiado, que el evento ya no sería en su casa, sino en un salón de eventos al centro de la ciudad. Ni mamá ni yo, mucho menos mi hermana paralítica podíamos entenderlo.

Cuando llegamos al templo de San Francisco de Asís, estaba cerrado. Doña Tulia, vecina nuestra, nos avisó que la ceremonia se había cambiado a la iglesia del Sagrado Corazón. Miré a mamá que cargaba el pesado refractario y sin comprender mucho caminamos los dos kilómetros hasta dicho templo. Seguro ya no bailaría las canciones de La Rebelión porque con semejantes ampollas no podía dar un paso más. Cuando llegamos al templo me sorprendió ver un sendero de pétalos azules tirados en el suelo y un santuario lleno de feligreses. Teresita estaba hasta el frente, de rodillas y recibiendo la bendición del padre. Habíamos llegado tarde, de modo que cinco minutos después un bonito carro decorado con un ramo de flores naturales en la trompa, abrió sus puertas para que mi prima entrara como una reina. Su vestido no era el rosa rancio que juntas habíamos comprado un mes atrás. Pasó junto a mí y emocionada le grité ¡¡Teresita, Teresita, aquí estamos!!, pero a cambio recibí una mirada indiferente mientras lanzaba adioses a su paso.

Pagar un taxi para llegar al salón era imposible. Volvimos a caminar un kilómetro más y claro, lo hermoso del lugar volvió a sacarnos una expresión  de asombro. Tío Abelardo, que había vivido por años en Houston, les había dado la novedad de cambiar los planes y les quería dar una sorpresa, había cambiado todo. La decoración era lindísima. En la mesa había vasos de cristal y no los desechables qué habían comprado.

Cuando estaba a punto de darle un trago al refresco, el mesero me anunció que las brochetas no se pondrían en la mesas por orden de la mamá de la festejada. Creí era un mal entendido y cuando fui a la cocina, no solo me encontré con que no se serviría frijoles charros y pollo asado, sino pastel de carne, ensalada de vegetales y no sé qué más. ¿Cómo vas a creer que pondré esas cosas al centro de la mesa, mija? Tu tío pago miles para esta decoración y no la vamos a echar a perder poniendo salchichas al comal, ¿verdad  que no?, me dijo tía Ramona de dio harta pena por mamá, pero también por mí. Tía no era así. Se la pasaba en casa jugando lotería y los domingos nos íbamos todos al río. Mamá no dijo nada, pero su cara decía mucho. Sin esperarlo nadie entró una banda con más de quince integrantes con un sonido tan escandaloso, pero que hizo bailar a todos. Antes de la cena tío Cayo pasó por las mesas acompañado por un mesero. En esta pon un tequila, en esta no. En esta sí, en aquella no. Y así él mesero obedecía sin dejar una botella en nuestra mesa. No somos ni seremos bebedores, pero Plinio y su hijo que estaban en nuestra mesa sí. Nos sentimos relegados, despreciados, sentimos bien feo, la verdad.

Cuando abrí la cajita de hojarascas, apareció Teresita tras de mí con un hermoso vestido azul, tocado finísimo y guantes de seda.

-Tío me regaló todo, prima, qué emocionada estoy. Ni la pensé dos veces. Ayer me dijo, vámonos y nos fuimos a Monclova a comprar todo, pero todo. Hasta el ballet y las damas ya ensayadas las trajimos de allá, así que ya no tendrás que acompañarme.

Cuando se fue no quise voltear a ver a mamá. Me había gastado mis ahorros en comprarme el vestido, zapatos ir al estilista y demás y de pronto ya no fui requerida.

Todo el evento, desde las nueve de la noche hasta las dos de la mañana, el despilfarro y la apatía hacia nosotras fue absoluto. Al momento de las fotos las únicas requeridas fueron mis tías gringas y las amigas de Teresita.

Cuando la fiesta terminó mamá me dijo: Estas salchichas son para los perros. Y en efecto, apenas salimos le dio algunas a unos qué estaban afuera y nos fuimos a casa. Me fui tarareando “Nunca creí que algún día, tu me pagarías con una traición”, y es que el realidad aquel golpe traidor me dolió tanto que me costó olvidar. Rencorosa no soy, pero luego, el domingo que siguió, tía Ramona llegó a casa con sus tablas para la lotería. Hicimos como que nada pasaba y cuando preguntó: ¿Hoy no tienes botanita, Leandra? (Aclaro, mamá era tan buena anfitriona, que cada que tía y los primos llegaban, ella les ofrecía panqueques, palomitas, chicharrones y hasta bolis) mamá sacó del refrigerador una docena de banderillas ya deshidratadas y ante la mirada atónita de mi tía, dijo: te traería más, hermanita, pero se las di a los perros.

Esa jugada de lotería fue la última que se hizo en casa. Los días que vinieron fue de enterarnos qué tío el gringo no había cooperado más que con la banda, que mis tíos se habían doblado ante mi exigente prima y se habían  endrogado con un préstamo millonario que los mantuvo más jodidos que antes.

En mi quince hubo frijolitos charros, pollito al horno y un bollito. Coca colas, muchas; cheves, moderadas. Tocaron cintas y bailamos hasta quedar casi muertas. Se hizo lo que se pudo y sin perder amistades.

Mamá dijo en la fiesta: Estas salchichas son para los perros, y cuando de mala gana tía se las comía mientras jugaban a la lotería, comprobé que sí, sí lo eran.

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