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Danzón de vida: el amor y la cadencia de Lupita y Anastasio

Danzón de vida: el amor y la cadencia de Lupita y Anastasio

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Por Cristina Flores Cepeda

San Juan de Sabinas, Coahuila. – Cuando suena la música, el tiempo se detiene. Lupita toma con delicadeza la mano de Anastasio, y con la primera nota sus cuerpos se deslizan con elegancia sobre la pista. El danzón no es solo un baile, es una forma de vivir. Es cadencia, es tradición, es amor en movimiento. Y ellos lo saben bien. Guadalupe Esquivel García y Anastasio Muñoz Zamora son esposos desde hace 57 años, y a pesar del paso del tiempo, se les nota la complicidad en la mirada, la armonía en cada paso. Originarios de la colonia Zaragoza de Nueva Rosita, se han convertido en un símbolo de entusiasmo, amor por la vida y pasión por el baile.

«Nosotros estamos haciendo lo que nos gusta», dicen con una sonrisa que no necesita más palabras. Salen a bailar danzón siempre bien vestidos, como manda la tradición. Lupita, elegante en un vestido negro ceñido con una cinta roja que resalta su figura y su energía; lleva una flor adornando su cabello y unas zapatillas rojo intenso que marcan con fuerza cada paso. Anastasio no se queda atrás: camisa y pantalón negros impecables, sombrero elegante y zapatos bicolor blanco con negro que hacen juego con su actitud serena y orgullosa.

Ambos forman parte de un grupo de danzón en la región, aunque en esta ocasión sus compañeros están de vacaciones. Sin embargo, eso no les impide seguir ensayando, porque los días 5 y 6 de junio representarán, con todo el corazón, a la Región Carbonífera en el concurso estatal del adulto mayor en Monclova. No es su primera experiencia en estos eventos: ya obtuvieron un tercer lugar a nivel estatal, y saben que la verdadera recompensa es poder mostrar su arte, compartir su pasión. Curiosamente, el danzón no fue parte de sus vidas desde siempre. Su historia con este género comenzó durante la pandemia, cuando el encierro y la incertidumbre les robaron muchos espacios, pero no la esperanza. Fue entonces cuando descubrieron el portal del adulto mayor y, navegando en Internet , encontraron la oportunidad de aprender algo nuevo: el danzón.

«Nos hacía falta bailar», recuerda Lupita. Antes, formaban parte del grupo regional de danza del DIF para adultos mayores, pero las actividades se suspendieron. Fue ahí donde decidieron probar algo diferente. Tomaron clases a distancia con el maestro Félix Rentería, un experto en bailes finos, y lo que empezó como una búsqueda de estabilidad emocional se convirtió en un estilo de vida. Aprendieron con disciplina y alegría, adaptándose a la nueva modalidad virtual. «Desde entonces tomamos clases», cuenta Anastasio, y en poco tiempo, el danzón dejó de ser una actividad ajena para convertirse en un refugio, una forma de expresión, un abrazo entre música y movimiento.

Uno de los momentos más significativos en su trayectoria fue la participación de Lupita en un colectivo de danzón a nivel nacional. Fue la única representante de la región, conectada desde su casa con decenas de adultos mayores en todo México. “Al mismo tiempo que yo estaba bailando en mi casa, en toda la República otros lo hacían también. Coordinadamente, todos llevábamos la misma coreografía”, cuenta con emoción. El danzón elegido se llamaba “El bote”, uno de los muchos que existen con nombres tan peculiares como sus historias.

Y aunque al principio el baile era a distancia, poco a poco las puertas se fueron abriendo. Ya con el grupo consolidado y la pandemia en retroceso, comenzaron a participar en demostraciones presenciales. Uno de los eventos que más recuerdan fue en Acapulco, Guerrero, una muestra nacional que los llenó de orgullo. También han viajado a Veracruz y a otros estados, donde el danzón se celebra como una fiesta viva. “Porque no son concursos, son encuentros. Es compartir”, dicen. Lupita y Anastasio tienen hijos, tienen nietos. Y si bien cada generación elige su propio ritmo, ellos han querido dejarles una herencia que va más allá del baile: la herencia del entusiasmo, de la elegancia, de no renunciar a lo que se ama.

“El danzón no debe morir”, afirma. No lo dice sólo por defender una tradición, sino por lo que representa para los adultos mayores: una forma de mantenerse vivos, presentes, útiles, capaces. Porque cuando ellos bailan, se mueven al ritmo de la música y mueven al mundo que los mira, que los admira. Y es que verlos bailar es como ver una historia contada con los pies, una historia de amor que lleva más de cinco décadas, una historia de superación que nació en medio del encierro, y una historia de esperanza que sigue escribiéndose cada vez que se escucha una maraca o un saxofón.

En cada paso de Lupita y Anastasio hay memoria, dignidad, alegría. Hay un mensaje claro para todos nosotros: que nunca es tarde para volver a empezar, que siempre hay algo nuevo que aprender y que, si ponemos el corazón, como ellos lo hacen, la vida se baila mejor.

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