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El Poeta

El Poeta

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AUTOR: JUAN DE DIOS JASSO ARÉVALO

EL VIAJERO VINTAGE

@derechosreservadosindautor

Apenas se fue el médico y tomé los arrugados cachetes de mamá para darle un resonado beso de piquito y bien plantado. Ambos estábamos felices por los resultados y aunque no volvería al teatro, estaba viva, vivita y coleando. Mi gozo era tanto que hasta la estrujé tal vez un poquito de más. Amaba ver sus encías desnudas y sus labios flojos pegados a ellas. Mamá era la ternura andando y una clara inspiración a mi flaca vida de poeta.

Viajar desde Saltillo a Sabinas nos fue leve, moría por contarle a mis hermanos que aquella mujer endeble que habíamos ingresado un mes antes, volvía a casa enterita y dispuesta a seguir siendo la reina de la casa y patrona de nuestra vidas.

Manejando mi viejo Renault le dije a mamá, ¡¡mire, mire mamá!! Y ella, vieja y encorvadita se asomó por la ventana para ver el río y un poco más allá, un poquito de la colonia Flores Magón, donde había vivido desde siempre.

Quién lo diría, mi viejita, le dije. Hace apenas un mes un mal médico nos dijo que no pasaría la semana con vida y mire, aquí viene de regreso a casa.

Manejando por la calle Ocampo pensé en caerle de sorpresa a Sofía, mi hermana mayor. Lo había pensado mucho porque era jueves y como era Testigo de Jehová, comúnmente no estaba. A media cuadra y antes de llegar vi a lo lejos y fuera de su casa el tocador de mamá y sus mecedoras de madera. De la barda colgaban algunos vestidos que mamá había usado en el teatro. También había zapatos, pelucas y hasta lámparas de colección.

Apenas me estacioné y bajé encontrándome a mi hermana de frente y mirándome asombrada.

-¿Qué está pasando, Sofi? ¿Qué hacen los muebles de mamá acá?

-¿Cómo que qué? Me correspondían, soy la mayor.

-¿Pero de qué hablas, Sofía? Mamá no ha muerto y…

¿Que no ha muerto? Cómo ya no dijeron nada desde que te fuiste hace un mes, todos pensamos que entre tú y Rigoberto la habían enterrado en Saltillo, ya ves que él vive allá.

Tomé a mi hermana del brazo y la conduje al auto. Al ver a mamá se echó a llorar, abrió la puerta y la abrazó con fuerza. Después se despegó de ella, me llevó tras el auto y tomándome de las mejillas me dijo:

-Esto ya es mío, Julián. La culpa fue tuya por no avisarnos que mamá estaba recuperada. Estás en un lío. Remi se quedó con el piano de cola y los demás instrumentos; Carlos con los dos Volkswagen y yo con la casa y los muebles.

-Sofia, hay que devolver todo a su lugar y lo sabes.

-Mira, tú te llevaste a mamá contra nuestra voluntad. Tú quisiste meterla a ese hospital cuando el médico de aquí claramente dijo que en una semana moriría. Tú quisiste que viviera, tú te haces cargo de ella… es más, si haces que mis hermanos devuelvan todo, yo lo hago.

-Sofia, ¿No te conmueve mamá? ¿Qué clase de ser humano eres? Eso es lo que enseñan en…

-No metas mi religión con esto. Un día tú dijiste que te llevabas a mamá, así que hazte responsable.

-Nunca entendí por qué se negaron a echarme la mano con  ella, pero de que su casa sigue siendo su casa, eso es una realidad.

Y mamá no volvió a su casa. Me la llevé a la mía para dedicarme a hacerla feliz. Nunca había sido el favorito, pero desde mi trinchera admiraba su arte. Mientras mis hermanos la paseaban por aquí y por allá, yo escribía poemas sin reconocimientos. Jamás fui galardonado, pero mamá me daba el mejor de los créditos cuando actuaba mis monólogos o leía mis poesías en voz alta.

Mamá no sabía quién era yo. Desde hacía un año había olvidado nuestros nombres, gustos y hasta reconocer a sus nietos. Sintiendo que aquello los alejaba de ella, ellos pusieron tierra de por medio y como yo era el que me había quedado en la casa, pues sería yo quien me haría cargo de ella. Cuando el médico me dijo que mamá moriría en dos semanas debido a una rara enfermedad yo no me di por vencido. Su idea de “Llévensela y denle calidad de vida” no me ponía contento. Mis hermanos dieron un paso atrás cuando les hablé de gastos de viaje y estancia.

-Tú te la llevas, tu pagas- dijo Carlos.

-Además,- atajó Remi- ¿Ya que le buscas? Se va a morir hagas lo que hagas.

-Ni mi marido me lleva tanto al salón de belleza como tú a mamá- dijo Sofía-. Puro gasto inútil. A mamá ya nomás no le luce nada, por más polvos o tintes que le eches encima. Eso que gastaste en tratamientos y llevadas al cine, bien lo pudiste haber usado en estos gastos.

-Deja tú, Sofi- volvió a interferir Remi- De que mamá regresa en un cajón es un hecho. Para gastos yo zafo porque tengo a dos en universidad y otro en el equipo de beisbol profesional.

Y no me equivoqué en mis temores, apenas supieron que mamá ya no era mamá de nadie a causa de la amnesia, huyeron dejándome a cargo. Nunca la traté diferente  porque ya no me reconociera, al contrario, no me importaba que me diera el nombre de mis hermanos.

Con la venta de mi Renault y un viejo tractor que mis hermanos me habían “regalado” pagué los gastos funerarios de una mujer que yo mismo había maquillado, vestido y acomodado en su caja de madera.

Un año después mamá se me apareció en forma de un notario. Al mismo tiempo mis hermanos intentando quitarme del camino para apoderarse de algo que no les correspondía. Tampoco a mí, pero mamá así lo había decidido desde que se había dado cuenta que sus angelitos eran negros y no blancos. Nunca había sido su favorito, pero favorecía mi talento. Cuando se me fue entregada la casa encontré en un baúl todos mi poemas engargolados y al pie de cada uno, una emotiva nota que sentí sincera. En una caja aparte había más de veinte casetes rotulados que al reproducirlos me encontré con todos mis poemas grabados con su voz. Todos, desde el que a mí me parecía tan simple y que yo mismo había echado a la basura (y que ella había rescatado) hasta el más logrado.

A mamá se le atascaba el maquillaje entre sus arrugas; el tinte no le agarraba bien en su cabello y el labial no le lucía como debía ser, pero ella, al verse al espejo, se encontraba aceptable, sonreía y se abría un halo de luz que me llenaba.

Ya no tengo hermanos, ellos tampoco madre. Prefiero no tener hermanos a no tener madre. Ella ya no me conocía. Ni idea tenía de quién era. De pronto la veía recitando Macbeth, Otelo o Desdémona. Me ponía una sábana encima y me convertía en su actor, en parte de su olvido y al mismo tiempo de su recuerdo.

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