
«San Judas me escuchó»: el testimonio de Itza, un milagro que florece entre lágrimas y fe
Por Cristina Flores Cepeda
Sabinas, Coahuila. — La emoción se desborda en la mirada de Itza Saucedo Chávez, una mujer de fe inquebrantable, de espíritu fuerte y corazón agradecido. Con voz entrecortada y lágrimas que ahora son de alegría, cuenta que está viva por gracia de Dios. “Yo soy un milagro viviente”, dice, mientras revive una historia que parece escrita desde la esperanza, el dolor, y la luz de una fe que no conoce rendición. Hace cuatro años, el mundo de Itza se estremeció con el diagnóstico de cáncer de mama. Era agresivo, con metástasis. Vivió todo el proceso: quimioterapias, tratamientos, hospitales, incertidumbre y miedo. Pero también encontró fortaleza en el amor de su familia, en su fe católica, y en una oración que nunca cesó. Contra todo pronóstico, salió adelante.
Y cuando parecía que ese capítulo se había cerrado, la vida volvió a ponerla a prueba. A principios de febrero de este año, durante un estudio de rutina, los médicos detectaron una nueva anomalía. “Me hicieron una mamografía y me dijeron que parecía algo malo. Me pidieron una biopsia urgente. Otra vez ese nudo en la garganta, esa angustia, esa pregunta de ‘¿por qué otra vez?’”, recuerda con los ojos cristalizados.
Pero en esta ocasión, algo diferente estaba por suceder. La llegada de las reliquias de San Judas Tadeo, patrono de las causas difíciles y desesperadas, a Sabinas no fue casualidad para Itza. “Yo fui. Me paré frente a él. Le hablé con el alma y le pedí con todo mi corazón que me sanara, como ya lo había hecho una vez. Que no me dejara pasar por esto otra vez. Le rogué, le supliqué. Fui como creyente, como católica, como una hija que necesita ayuda de su santo intercesor”, narra.
La fe de Itza se convirtió en puente entre la angustia y la esperanza. Junto a su madre y unas tías, participó en las actividades religiosas con devoción absoluta. “Ahí estábamos, rezando, pidiendo. No solo yo, mucha gente oró por mí. Mucha gente me incluyó en sus plegarias sin que yo se los pidiera. Lo sentí en el alma”, afirma. El pasado lunes, en el negocio donde trabaja, Itza recibió la llamada que le cambió la vida. Era su médico: los resultados de la biopsia ya estaban listos. “No tengo absolutamente nada. Es una bolita de grasa. No es cáncer. Es benigno”, le dijeron.
“Primero lloré de alegría. Había pasado una semana entera llorando de tristeza. Y ahora lloraba, pero por felicidad. Corrí a llamarle a mi mamá. Le dije: ‘Lo que fuimos a pedir, ¡se cumplió!’. Todos en el trabajo también lloraron conmigo. Es que ya dábamos por hecho que tendría que volver al tratamiento. Y ahora, esto… es un milagro”, dice, aún conmovida. Itza no duda en calificar su experiencia como un milagro de San Judas Tadeo. “Claro que lo considero un milagro. Él me escuchó. Le pedí con el corazón en la mano. Y me respondió”, dice firme. Pero no solo eso: también es consciente de la comunidad de fe que la rodea, y de las muchas personas que rezaron por ella, que compartieron su carga, que le dieron luz en medio de la oscuridad.
Ahora, lo único que queda es agradecer y seguir adelante. Sabe que el camino no termina. Aún le faltan nueve meses de vigilancia médica por el primer cáncer. Pero no le teme. “Sigo con fe. Siempre con fe. No estoy sola. Dios y San Judas me han dado una nueva oportunidad, y yo la voy a honrar”, asegura. El testimonio de Itza Saucedo, neorrositense ella, es un mensaje profundo sobre el poder de la fe, la fuerza de la oración, y la esperanza que nace incluso en los momentos más sombríos. En un mundo donde las malas noticias a menudo acaparan los titulares, su experiencia es un mensaje optimista para los creyentes, para quienes luchan, para quienes creen, para quienes aún esperan un milagro.
“No dejen de creer. No dejen de orar. Los milagros existen. Yo soy uno de ellos”, concluye con una sonrisa que irradia gratitud, mientras en el pecho late, más viva que nunca, una mujer que sabe que la fe puede mover montañas.
