
Por: Enrique Morales y Martínez
La semana pasada, el 10 de abril, conmemoramos un aniversario más del natalicio de Leona Vicario, figura fundamental en la historia de México y una de las precursoras del poder femenino en nuestra vida pública. Su vida y obra son testimonio de valentía, inteligencia y entrega a la causa más noble: la libertad de nuestra nación.
Leona no fue espectadora, fue protagonista. A pesar de haber nacido en el seno de una familia acomodada, no dudó en poner su fortuna al servicio de la causa insurgente. Perteneció al grupo secreto de “Los Guadalupes”, desde donde apoyó activamente al movimiento independentista con información estratégica, recursos económicos y redes de comunicación. Por esta causa fue perseguida, encarcelada en más de una ocasión y obligada a huir.
Lejos de intimidarse, su determinación creció. Se casó con el también héroe de la independencia, Andrés Quintana Roo, con quien compartió no solo ideales, sino también penurias, sacrificios y una profunda vocación por la patria.
Leona Vicario es, hasta el día de hoy, la única mujer a la que se le han rendido funerales de Estado en México. Sus restos reposan en la Columna de la Independencia, junto a los más grandes forjadores de nuestra nación. Su vida es símbolo de una mujer que no se conformó con los límites de su época, que alzó la voz y que hizo historia.
En 1827, la capital coahuilense llevó su nombre durante pocos años. Al enterarse de la decisión del Congreso del Estado de homenajearla de esa forma, expresó: “Mi gratitud a tan ilustre corporación por la gloria inmortal que sin mérito ha concedido mi nombre como denominación a la benemérita ciudad”.
Desde su fundación y hasta cambiar su nombre al de ciudad Leona Vicaria se había llamado Villa de Santiago del Saltillo. Por esa época existía un poblado contiguo de nombre San Esteban de la Nueva Tlaxcala, que también años antes había mudado de nombre para llamarse Pueblo de Villalongín en homenaje a otro héroe insurgente, de los primeros en tomar las amas y aventurarse contra las tropas realistas. Las villas crecieron hasta que se entrelazaron y en una decisión pragmática y salomónica se fusionaron con el nombre de Saltillo, abandonado el nombre de la heroína para siempre.
Aunque no muchos conocen esto, es un hecho que nos recuerda el profundo respeto que su figura inspiraba en cada rincón del país. Hoy, en esta misma ciudad, evocarla es también hacer un llamado a continuar construyendo un México más justo, más libre y más incluyente.
Porque Leona Vicario no solo fue una heroína: fue una visionaria. Su legado nos convoca a honrar el pasado con acciones en el presente, a seguir reconociendo el poder femenino como la fuente de inspiración y transformación en México.