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Textos del Viajero

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Mi fe por el Peregrino era mucha, pero cuando le metió el pie al tren en que veníamos de Real de Catorce allá por 1972, supe que algo traía contra nosotros. Hoy que brinco los cincuenta sigo sin perdonarle que de tajo me quitara a mamá y a papá cuando lo único que habíamos hecho era ir y agradecerle por habernos dejado a mi hermana Lupita por cinco años. Ella había muerto hacia unos meses de una enfermedad que tenía de nacencia.

Me había hecho amigo de Pedro Rodríguez, garrotero del trén. De cuando en cuando me daba taquitos de frijoles y papas. Era re bueno para echar de pláticas, aunque se riera de mi cuando le decía que San Panchito tenía eso de andar entre la gente.

Esa noche venía apepenado de mi gallina coquena. Apenas tenía 10 años y mi berrinche igual de grande pa que me dejaran llevarla en brazos y no en una jaula.

No supe ni cómo, pero pa pronto se escuchó un fuerte golpazo que al incrementarse y acercarse hacía nosotros, tan de repente nos hizo dar de volteretas en medio de la oscuridad. Luego de largos minutos de dolor y sin soltar mi gallina, todo se detuvo y el griterío dentro del tren era mucho. Yo gritaba por mamá y por papá. Sangraba, tenía el sabor agridulce de la sangre en mi boca. A como pude salí por una de las ventanas y con todo y el dolor de cabeza y espalda que me azotaba gritaba pidiendo auxilio, pero todos lo hacían. Me horrorizó ver todo el tren hecho un espiral y medio iluminado por la luna. Grité, le grité al Peregrino que viera por nosotros, que nos salvara, que nos sanara a todos, pero nunca se oyó ni se hizo presente como tanto se presumía.

Del trenazo de Puente Moreno ya casi nadie se acuerda… caminé entre los rescatistas, entre la policía echando las luces y entre los chismosos que lejos de ayudar nos miraban llorar desconsolados… Apenas amaneció y vi cuando sacaron a mamá de entre los fierros torcidos de los asientos. A papá lo sacaron en dos partes y fue horrible.

En el 2000 fui a ver a San Francisco. Me paré frente al altar y lo miré a los ojos. Apretaba mis puños maldiciéndolo una y mil veces. Salí del templo enfurecido sintiendo extrañamente que cargaba mi gallina coquena, esa que había llevado a bendecir. Nunca había visto a Real de Catorce tan frío, tan despreciable y tan odiado. Caminé por el túnel de Ogario llorando por papá, mi gran amigo y por mamá, mi confidente. Lloré el haber vivido en casa de esos tíos que ni me querían y esos primos que se la pasaban tratandome mal… mi gallina coquena acabó en mole ese mismo invierno. Lo recuerdo y me veo llamando a mi tia, ¡maldita, mil veces maldita! y a mis primos dándome de golpes.

De regreso de Real llegué al sitio de la tragedia. fuí a llorar por primera vez a mis padres en medio de las pocas crucen viejas que todavía están ahí. Era tarde y me estacioné cerca. El cielo estaba manchado de rojo y el viento movía los ramales de los mezquites… entonces escuché voces. Me convencí que eran por la cercanía del poblado, pero no. Eran voces como susurros. El cuerpo se me tibió y tontamente quise descubrir en medio de esa mezcolanza de susurros los de mis padres. Tal vez querían decirme algo o no sé… estaba nervioso, y mucho. Mamá, papá, dije como callado, pero tropecé con los rieles y caí de espaldas pegandome fuertemente en mi oreja izquierda con un durmiente. Es fecha que no escucho por ese oído. Al intentar levantarme vi un viejo escapulario medio enterrado con la imagen del Peregrino. Lo tomé en mi mano y lo apreté con fuerza… seguro era de alguno de aquellos que habían muerto ahí… entonces me invadió un suave sentimiento mezcla de agonía y tristeza. Tirado en el suelo se me vinieron encima los recuerdos de esa horrible noche de octubre… Lloré mucho esa tarde noche en la que pude sentir que no podía ir por la vida culpando a San Panchito de lo que había sucedido… hoy no soy un gran cristiano, pero sí un buen hombre. Sé que todo tiene un propósito en la vida nos guste o no. Conservo la medalla. Tenía pensado ir a dejarla en el altar de San Francisco en Real pero ya saben, esta pandemia nos ha truncado hasta visitar los templos… caray, termino de escribir y lloro por puro cobarde que soy, pero esa es mi naturaleza, llorar cuando no puedo con el recuerdo.

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