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De pol?tica y cosas peores

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Por: Armando Fuentes Aguirre

CIUDAD DE M?XICO? «Ac?some, padre, de que estoy entregada en cuerpo y alma al Se?or». As? le dijo do?a Loretela al padre Arsilio. «Eso no es pecado, hija -respondi? el buen sacerdote-. Antes bien mereces alabanza por estar entregada as?, corpus et anima, al Se?or». «?Al de la tienda?» -pregunt? con timidez la penitente. Rosibel declar? en reuni?n de amigas: «Mi novio Galahad es decente, caballeroso, comedido y respetuoso. ?Ya me tiene harta!». «?Tolerancia? -gru??a Paul Claudel, escritor cat?lico-. ?Para eso hay zonas!». Intolerante era ?l, en efecto, a fuer de ortodoxo. Contrariamente, quien esto escribe gusta de ver lo bueno que hay en las personas, pues sabe que sus fallas y defectos son mayores que los de cualquier hombre, quiz? exceptuando a Trump. Esa visi?n positiva mueve al escribidor a tributar hoy tres aplausos que quiz? pocos oir?n en medio del fragor de tantos reproches que por doquier se escuchan. El primero es para la comunidad jud?a de M?xico, de la que tantos y tan buenos frutos han derivado para nuestro pa?s. Merece reconocimiento el hecho de que esa comunidad, por muchos conceptos ejemplar, se haya deslindado del imprudente mensaje emitido por el Primer Ministro Netanyahu, de Israel, acerca del muro fronterizo. El segundo aplauso es para Antonio «Tony» Mart?nez, alcalde de Brownsville, Texas, por haber declarado a esa poblaci?n fronteriza «ciudad santuario» a fin de proteger a los migrantes de la sa?uda persecuci?n que contra ellos ha desatado el presidente norteamericano. Y -last, but not least- va tambi?n un sonoroso aplauso para Sally Yates, Procuradora de Estados Unidos, quien por su calidad humana e integridad profesional mereci? el inmenso honor de haber sido despedida por Trump. Adem?s, en el m?s puro estilo fascista, el atrabiliario sujeto la acus? de traici?n. Ya se sabe que los d?spotas consideran traidor a todo aquel que no se allana servilmente a sus dictados. Como se ve, lo mucho malo que Trump trajo consigo est? sirviendo para que se ponga de manifiesto lo mucho bueno que hay en el ser humano. Don Bedelio, modesto bur?crata, perdi? su empleo por uno de esos recortes de personal que hacen los jefes cuando necesitan disponer de recursos para sus bonos de gasolina, pago de celular, gratificaciones extraordinarias y seguro de gastos m?dicos mayores. Busc? trabajo en todas partes y no lo pudo hallar por causa de su edad. Bien pronto se agotaron los escasos ahorros que el infeliz se?or hab?a podido hacer priv?ndose de sus sencillos placeres: fumar: ir al cine los domingos y tomarse un caf? con sus amigos una vez por semana. Lleg? a su casa entonces esa indeseada hu?speda llamada la necesidad. Una noche su esposa Clorilia le dijo: «Ya que no puedes conseguir empleo yo misma saldr? a trabajar». «Pero, mujer -opuso don Bedelio-. No sabes hacer nada». «S? que s? -replic? ella-. Domino las artes amatorias, seg?n a ti te consta. Creo poder ejercer en forma competente esa que llaman ‘la profesi?n m?s antigua del mundo’. Entiendo que practic?ndola se saca buen dinero». Al pobre don Bedelio se le hizo cuesta arriba decir a su se?ora que carec?a de los atractivos f?sicos que son menester en ese oficio, de modo que ya no argument? en contra del peregrino prop?sito de su mujer. Sali? ella esa noche. Iba pintada como coche; llevaba una una boa de plumas, medias de malla, zapatos de tac?n aguja y bolsa de chaquira. Regres? a las 3 de la ma?ana. Tra?a mil 50 pesos. «?Santo Cielo! -se constern? don Bedelio-. ?Qui?n te dio 50 pesos?». Contest? do?a Clorilia cayendo derrengada en el sill?n: «?Todos!». (Nota: saqu? la cuenta, y fueron 21 ejercicios). FIN.