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De pol?tica y cosas peores

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Por: Armando Fuentes

 

CIUDAD DE M?XICO .- El dolor causado por el tr?gico suceso acontecido en Monterrey deber?a ser motivo de un silencio respetuoso. A mis lectores en el extranjero les dir? que en esa ciudad del norte mexicano un adolescente bale? en el aula de su colegio a su maestra y a varios de sus compa?eros, y luego se quit? la vida con la pistola que utiliz? para eso. Un hecho as? da lugar a toda suerte de opiniones, algunas bien intencionadas, otras, por desgracia, en las cuales se manifiesta lo peor y m?s bajuno de la naturaleza humana. Quien escribe en los papeles p?blicos -tal es mi caso- no puede abstenerse en ocasiones as? de aportar un punto de vista sobre lo sucedido, aunque tanto la prudencia como la caridad cristiana le aconsejen mejor guardar la pluma y no sumarse al vocer?o general, pues ante el dolor del pr?jimo, y frente a la angustia de una comunidad afligida y conturbada, es mejor callar que elucubrar. Empiezo por expresar mi sentimiento de pena a todos los que est?n sufriendo por lo sucedido. Al decir «todos» incluyo a los familiares del jovencito que hizo los disparos. Ellos tambi?n est?n sufriendo, igual que las familias de las v?ctimas, o m?s a?n quiz?, y por encima de cualquier circunstancia deben ser tratados con respeto y comprensi?n. Ellos tambi?n son v?ctimas. Muchas cosas se dir?n acerca de lo que llev? a aquel jovencito a realizar su acci?n. Seguramente influy? el conocimiento de otras acciones similares sucedidas en Estados Unidos. Motivaciones m?s profundas, sin embargo, deben haber actuado tambi?n para explicar su conducta. Me atrevo a sugerir alguna, a riesgo de pecar de indocto e irreflexivo. Si caigo en eso ofrezco una disculpa anticipada. No s? si en psiquiatr?a exista lo que podr?a ser llamado «s?ndrome de Er?strato». Ese tal Er?strato prendi? fuego el a?o 356 de nuestra era al templo de Diana en ?feso, una de las siete maravillas del mundo antiguo, que qued? destruido por las llamas. Hizo eso, dijo, para inmortalizarse. Fue condenado a morir en la hoguera -con fuego cometi? su delito; con fuego lo pag?-, y los jueces que le dictaron la sentencia prohibieron bajo pena de muerte que su nombre fuera pronunciado. Pretend?an que Er?strato cayera en el olvido y que no se cumpliera su prop?sito de perdurar en la memoria de la gente. La sentencia, claro, era de imposible cumplimiento. En la intimidad de sus hogares los griegos repet?an el nombre del incendiario, que fue pasando de generaci?n en generaci?n hasta llegar a nosotros. Yo mismo, el escribirlo aqu?, estoy contribuyendo a perpetuarlo, y otros tambi?n ayudar?n a que Er?strato se salga con la suya. Esa necesidad de reconocimiento es lo que lleva a algunos a incurrir en acciones extremas con tal de ser mencionados. En otros casos hay una especie de rencor contra el mundo y la gente: quien ese sentimiento tiene piensa que no se le ha tratado como merece, y lo reclama en forma violenta. Importa se?alar, y eso es de mayor utilidad que cualquier especulaci?n, el peligro que representa tener armas de fuego en el hogar, de cualquier tipo que sean, incluso deportivas o de cacer?a, sobre todo si en la casa hay ni?os o j?venes. Quienes las tengan deber?an deshacerse de ellas, o ponerlas a muy buen recaudo. En ?ltima instancia, y d?gase lo que se diga, las armas son para matar. Constituyen un riesgo permanente. Despu?s de lo sucedido en Monterrey a ver qu? dice ese pol?tico insensato que, movido por alg?n oscuro inter?s, present? una iniciativa tendiente a permitir que haya armas en los hogares, y que se puedan llevar en los autom?viles. Por encima de todo lo dicho quede el sentimiento de pesar por la tragedia en esa ciudad. Esperemos que no se repita en ninguna otra. FIN.

 

MIRADOR

Variaci?n opus 33 sobre el tema de Don Juan.

En el sue?o se le aparecen a Don Juan las mujeres que lo amaron.

Anoche so?? a do?a Elvira. La vio con sus inmensos ojos verdes, su tez moruna y su larga cabellera negra. Ella sufri? por causa del seductor, pero en su mirada no hab?a queja ni reproche. Hab?a amor y ternura. Don Juan, en sue?os, pens? que con la misma mirada lo ve?a su madre cuando ni?o.

Al despertar esa ma?ana el sevillano sinti? una extra?a desaz?n. El d?a era brumoso, funeral. In?tilmente busc? distracci?n en la lectura de una novela caballeresca: la obra le pareci? vana, insustancial. Sali? al jard?n sin sol, y eso le ensombreci? el ?nimo a?n m?s. Volvi? a sus aposentos. El fuego que ard?a en la chimenea le pareci? de hielo.

Luego sucedi? algo extra?o. Al pasar frente al gran espejo del sal?n vio reflejada en ?l la imagen de do?a Elvira. Otra vez lo miraba con aquella ternura maternal, con aquel mismo amor. Don Juan inti? en el alma el dolor que causa el remordimiento. Supo entonces que todo hombre lleva en s? un arrepentimiento: el que le causa el recuerdo de una mujer.

?Hasta ma?ana!…

 

MANGANITAS

«. En febrero volver? a subir la gasolina.».

Presenta un comentador

una observaci?n muy fina:

junto con la gasolina

sube L?pez Obrador.