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De pol?tica y cosas peores

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Por: Armando Fuentes

 

CIUDAD DE M?XICO? .- La causa de aquel lance de honor fue Rosalina. Mujer de enhiesta proa y elevada popa,? joven a?n y de agraciado rostro, estaba casada con un se?or entrado en a?os y cerca ya de salir de ellos, enhiesto de nada y elevado de ninguna parte. Se llamaba don Pac?fico, nombre que llevaba con toda propiedad, pues ve?a los devaneos de su mujer como algo que no le tocaba a ?l. Sucedi? que dos caballeros de buena sociedad, don Casimiro Roveleda y don Crisp?n Novalio, se disputaban a la damisela. Un d?a se hicieron de palabras y don Casimiro le propin? a don Crisp?n una bofetada que casi lo tir? por tierra. Aquello fue un esc?ndalo. Al d?a siguiente el abofeteado le envi? sus padrinos al abofeteador; ?ste nombr? a los suyos, y los cuatro se reunieron a fin de concertar el duelo. A don Crisp?n, el ofendido, le tocaba elegir arma. Eso no inquietaba a don Casimiro. Era gran esgrimista, tirador certero, y ten?a adem?s experiencia en esos trances: se hab?a batido cinco veces, en tres de las cuales hab?a dejado muerto a su rival. Sus padrinos, altaneros, preguntaron a los de don Crisp?n qu? arma hab?a escogido ?ste. ?Sable? ?Espada? ?Pistola? Respondi? uno de sus representantes: «Ninguna de las tres». Los otros se asombraron. ?Qu? otra arma pod?a usarse en duelo? El padrino de don Crisp?n manifest?: «Nuestro representado pide que el duelo se lleve a cabo a almohadazos». «?C?mo?» -pregunt? el otro sin entender. Precis? el padrino: «Los duelistas combatir?n con almohadas». «No entiendo -vacil? el otro-. ?Qu? clase de almohadas?». «Almohadas comunes y corrientes, de las de dormir». «?Es esto una burla? -se indign? aqu?l-. Prod?zcase usted con seriedad». «Nosotros tampoco entend?amos-dijo el padrino-. Sin embargo despu?s de o?r a don Crisp?n hallamos razonable su demanda. El hombre que lo ofendi? tiene m?s experiencia que ?l en otras armas, pero de ni?o don Crisp?n adquiri? una gran destreza peleando a almohadazos con sus hermanos, primos y amiguitos, y eso le permite enfrentar a don Casimiro. Hemos consultado el C?digo de Honor, y no vemos en ?l nada que proh?ba expresamente un duelo con almohadas. Adem?s me permito recordarles que don Crisp?n es el ofendido, y tiene derecho a escoger arma. ?sa es la que escoge. Si el representado de ustedes no acepta combatir con ella, el nuestro lo acusar? de cobard?a». Deliberaron aparte los padrinos, y uno de ellos hizo una r?pida consulta al libro que reg?a los duelos. Terminaron por reconocer, aunque mal de su grado, que la raz?n asist?a a don Crisp?n. Har? corto el final. Vencida la resistencia de don Casimiro el encuentro se llev? a cabo a almohadazos. Acudi? a ?l una numerosa concurrencia -gente del vulgo casi toda- atra?da por aquel lance peregrino. Los padrinos y el m?dico asistente convinieron en que el duelo ser?a a primera sangre. Despu?s de propinarse una buena dosis de almohadazos, y entre los gritos de los asistentes: -«?Ch?ngatelo, Crisp?n! ?Dale en toda su madre, Casimiro!»-, el ofendido, al fin m?s diestro con el arma, le dio con su almohada un fuerte golpe en el rostro al ofensor, que empez? a sangrar por la nariz. Al punto el m?dico detuvo el combate. Dictamin?, solemne, que habiendo corrido la sangre el duelo se daba por concluido. Los padrinos, por su parte, decretaron con igual solemnidad que estaba a salvo la honra de ambos caballeros. Jam?s volvi?? haber lances de honor en la ciudad, as? de grande fue la chunga que ?se provoc?. La paz retorn? a la ciudad, y muchas vidas se salvaron. FIN.

 

MIRADOR

 

?Recuerdas, Terry, amado perro m?o, cuando por causa tuya aquella se?ora rica dej? de dirigirme la palabra?

Nunca te reproch? lo que pas?. La culpa fue de la naturaleza, si es que ella puede tener alguna culpa. Y nadie debe resistirse a la naturaleza. Quien se le opone sufre da?os graves tanto de cuerpo como de alma. T? no le hiciste resistencia. Percibiste en el aire los aromas de la linda perrita poodle que aquella se?ora dejaba salir a su jard?n; saltaste bonitamente el seto y cumpliste tu deber hacia la vida. Cualquier perro con el alma en su almario habr?a hecho lo mismo.

A consecuencia de eso la perrita, fin?simo ejemplar de su raza, qued? pre?ada -digamos- en forma morgan?tica. Y la mujer vino a reclamarme tu acci?n hecha una furia. Record? entonces la frase que mi mam? le espet? a una vecina en ocasi?n de que le ped? a su hija, una ni?a preciosa de mi misma edad -7a?os-, que fuera mi novia. Al reclamo encendido de la madre respondi? la m?a, que era actriz de teatro: «Cuide sus pollas, se?ora, porque mis gavilanes andan sueltos». La misma frase le enderec? yo a la ricachona. Ella se retir?, confusa, sin saber qu? contestar.

?Ay, Terry! ?Las que me hac?as hacer con las que hac?as!

?Hasta ma?ana!…

 

MANGANITAS

 

«. Gasolinazo.».

Con tantos reproches que hallo

en la calle y en la red,

este a?o, d?game usted,

se adelant? el 10 de mayo.