Home Catón De pol?tica y cosas peores

De pol?tica y cosas peores

0
0

Por: Armando Fuentes

 

CIUDAD DE M?XICO .- El m?dico rural fue por la noche a la casa de un joven granjero a fin de atender el primer parto de su esposa. Como no hab?a ah? energ?a el?ctrica el doctor us? para iluminarse una l?mpara de bater?as. «Ah? viene ya el ni?o» -dijo proyectando el haz de luz? sobre la escena. Naci? el beb?, pero en seguida empez? a asomar otra cabecita. «Ah? viene otro» -dijo el facultativo volviendo a echar la luz. Y no par? ah? la cosa: ?eran triates!? «Ah? viene un tercero» -volvi? a decir el doctor. Le pidi? entonces el muchacho: «Oiga, m?dico: ya apague la linternita ?sa. Parece que la luz es lo que los atrae»… Un borrach?n se plant? en medio de la cantina y proclam? con tartajosa voz: «?Tengo dinero para comprar a todos estos cabrones!». Un hombr?n se levant? de su mesa y le dijo con enojo: «Oiga, amigo: yo no soy ning?n cabr?n». «Est? bien -concedi? el beodo-. Entonces a ti no te compro». Don Ultimio estaba en el lecho de agon?a. Le dijo a su mujer: «Ahora que deje yo este mundo te pido que te cases otra vez. Eres joven a?n; no debes estar sola». «?Ah no! -rompi? en llanto la se?ora-. ?Jam?s habr? otro hombre en mi vida!». «C?sate, te digo -repiti? don Ultimio-. S?lo una cosa te pido: no le des mi raqueta de tenis a tu nuevo esposo. Gu?rdala como un recuerdo m?o». «A nadie se la dar?, lo juro -prometi? la se?ora-. Adem?s ?l juega golf». Si yo fuera escultor har?a una estatua al H?roe Civil Desconocido. Del Soldado Desconocido hay muchas. Al pie de esas efigios descansan los restos de un hombre sin nombre que muri? a causa de la estupidez humana. No hay, sin embargo, ninguna estatua dedicada al hombre an?nimo y a la ignorada mujer que sostienen el peso del mundo y escriben su historia cada d?a. Si yo la hiciera, esa estatua tendr?a la forma de aquel se?or que dej? su vida en la oficina; o de la mujer que ha cuidado de sus hijos y su esposo; o del muchacho que se esfuerza en sacar buenas calificaciones; o de la modesta empleada que gana mis?rrimo salario; o del ni?o que trabaja en la calle para ayudar al gasto de su casa. Muchas batallas silenciosas se libran cada d?a ante nuestros ojos sin que nos demos cuenta. Por esos heroicos combates contin?a la vida. Aunque, a decir verdad, esos millones de callados combatientes no necesitan una estatua: el mundo y la vida son su estatua.? Un amigo encontr? en la calle a Babalucas. «?Qu? gusto! -lo salud? con afecto-. ?Ten?a mucho tiempo de no verte! ?A qu? te dedicas ahora?». Respondi? el badulaque: «Compro huevos, los echo en agua hirviendo y luego los vendo, duros, al mismo precio que pagu? por ellos». El amigo se desconcert?. «No entiendo -le dijo-. Si vendes los huevos al mismo precio que los compraste ?qu? ganancia te queda?». «?C?mo que qu? ganancia me queda! -protest? Babalucas. ?Y luego el caldo?»… En el bar un se?or se molest? al ver que el sujeto sentado al lado suyo comenzaba a beber del vaso en que ?l beb?a. «Perdone usted -le dijo el individuo-. Confund? su bebida con la m?a». Poco despu?s el tipo empez? a fumarse el cigarro que el se?or acababa de encender. «Disculpe -repiti?-. Cre? que era mi cigarro». Cuando se levant? para irse tom? el portafolios del se?or. «Perdone otra vez -se justific? cuando ?ste le reclam?-. Pens? que era el m?o». «?Desgraciado! -estall? el se?or-. ?Qu? bueno que no traje a mi esposa!». Capronio lleg? a la oficina con la boca manchada de algo color negro. Uno de sus compa?eros le pregunt?: «?Qu? te sucedi?, Capronio? Traes la boca llena de tizne». Explic? ?l: «Mi suegra estuvo seis meses en mi casa, y por fin ayer se fue en el tren. Al irse le d? un beso». Volvi? a preguntar el otro: «?Y con el beso te tizn? tu suegra?». «No -aclar? Capronio-. Le d? un beso al tren»… FIN.

MIRADOR.

Por Armando FUENTES AGUIRRE.

Cuando el espejo se mir? en el hombre qued? muy sorprendido. Declar?, molesto:

-?se no soy yo.

Y es que en el hombre el espejo se ve?a acabado por los a?os, lleno de arrugas, con la mirada opaca.

-Yo no soy ese viejo -protest?-. El hombre no sirve; no refleja mi verdadera realidad.

Lo cierto, sin embargo, es que el hombre retrataba fielmente al espejo. Para eso era hombre: para reflejar la imagen verdadera de los seres y las cosas.

El espejo, furioso, arroj? al hombre al suelo. El hombre se hizo mil pedazos. Y sucedi? que cada pedazo del hombre reflej? otra vez al espejo, con sus arrugas y su mirada opaca.

Desde entonces el espejo no ha vuelto a pasar frente a un hombre.

?Hasta ma?ana!…

MANGANITAS.

Por AFA.

«. Una gallina puso un huevo del tama?o de uno de avestruz.».

Una se?ora sin luces

declar? que eso era enga?o.

Dijo: ‘A ver: de qu? tama?o

los tienen los avestruces?».